Señor, afianza la obra de nuestras manos

Que descienda sobre nosotros la gracia del Señor, nuestro Dios. Afianza la obra de nuestras manos; sí, afianza la obra de nuestras manos. (SALMOS 90:17 BTI)

¿Por qué las cosas no se desarrollan como deseamos? ¿Será porque algo estamos haciendo mal? ¿Por qué rogamos a Dios, y sin embargo no nos responde? En ocasiones pienso que hacemos y rogamos con «intenciones torcidas» (Stgo. 4:3). Como escribía hace tiempo, tal vez estemos buscando a través de nuestro trabajo, y nuestros ruegos al Señor, la obtención de beneficios personales que nos permitan sobresalir sobre nuestros hermanos y hermanas en la común fe en Jesucristo. Tal vez, no lo sé. Sinceramente, hay cuestiones que para un servidor, en algunos casos, son un auténtico misterio.

De lo que sí tengo certeza es que cualquier fruto de nuestro trabajo a favor del mundo nuevo de Dios y Su pueblo, es resultado de la gracia de nuestro Señor. Dicho fruto no responde a nuestros méritos, a nuestra inteligencia a la hora de trazar planes y estrategias, sino a la gracia de Dios. De ahí que el salmista solicite, y nosotros con él, «que descienda sobre nosotros la gracia del Señor, nuestro Dios«. Eso es lo que las comunidades de fe necesitamos sobre todas las cosas. Es la gracia del Señor la única capaz de afianzar nuestra labor.

De ahí que lo que nos toca es acercarnos confiadamente al Señor -que no es mérito-. «Limpiar nuestras manos» -que no es mérito-. Y purificar nuestros corazones en su presencia -que no es mérito- (Stgo. 5:8ss.). Nada de lo mencionado es mérito, simplemente estaremos haciendo lo que nos corresponde, ni más, ni menos. Tal vez entonces, a su debido tiempo, Dios nos conceda el fruto que sembramos con lágrimas.

No obstante, y aunque no tengamos respuesta certera a las preguntas escritas al principio de esta meditación, lo que nos toca es seguir el ejemplo de las generaciones pasadas, que si bien «murieron sin haber recibido lo prometido, […] lo vieron de lejos con los ojos de la fe y lo saludaron, reconociendo así que eran extranjeros y gente de paso sobre aquella tierra. Los que así se comportan demuestran claramente que están buscando una patria. Ahora bien, si lo que añoraban era la patria de la que salieron, a tiempo estaban de regresar a ella. Pero ahora suspiraban por una patria mejor, la patria celestial. Precisamente por eso, al haberles preparado una ciudad, no tiene Dios reparo en que lo llamen “su Dios” (Heb. 11:13-16 BTI).

Por ello oramos diciendo, «Señor, que tu gracia afiance la obra de nuestras manos. Que tu gracia nos capacite para perseverar en la búsqueda de tu mundo nuevo, y la justicia que le corresponde. Y que ello lo hagamos sin hacer depender nuestra perseverancia de los resultados que obtengamos. Sólo buscamos tu gloria, y la del precursor de la fe, tu Hijo, y nuestro hermano, Jesucristo. Amén»

Soli Deo Gloria

Ignacio Simal, Pastor de Betel + Sant Pau

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