A propósito de la “Carta a los Hebreos” (capítulos 3 y 4)
El pueblo de Dios, en su búsqueda del Sabbat último, siempre se le ha regresado de nuevo al desierto. Un pueblo siempre peregrino en el desierto de los pueblos. Desierto que deja de ser lugar de tránsito a un mundo mejor, para ser una especie de vía muerta que establece el término de su caminar. Sí, el pueblo de Dios se encuentra en el desierto en contra de su voluntad, debido a su voluntad de vivir para sí, y no para el Dios de Jesús y su proyecto de bendición para todo el género humano. Desierto donde experimenta la muerte en toda su crudeza a la manera de aquellos israelitas que vieron truncado su sueño de pisar la tierra prometida. Desierto donde el peregrinar se convierte en un fin en sí mismo sin esperanza de final. Es un éxodo a ninguna parte. El desierto-exilio imposibilita que el pueblo de Dios sea un factor de cambio histórico. Pero la misericordia de Dios, siempre infinita, nos conmina mediante las palabras que surgen del poeta hebreo (Sal. 95:7) cuando escribe: “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Heb. 3:15). Nada es permanente, solo lo es el “descanso sabático” que está reservado para el pueblo de Dios y el género humano (Heb 4:9; Ro. 8:18-23). ¡Coherencia! ¡coherencia! Gritan los patriarcas, los profetas y el mismo Jesús desde el espíritu que impregna todas las páginas de las Escrituras. Solo así pisaremos con nuestros propios pies el Sabbat de Dios, anunciado por el Mesías Jesús, por los siglos de los siglos ¡Hagamos caso! Soli Deo Gloria
Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau