Nuestras comunidades no son ricas. En absoluto. Sin embargo, debemos huir de ese pensamiento que pone en su centro nuestra incapacidad, nuestra pobreza, nuestra falta de recursos. Ese tipo de pensamiento cierra el camino a la generosidad fraterna.
El ejemplo de las comunidades cristianas en Macedonia, en la segunda mitad del siglo I, nos invita a correr riesgos fundamentados en la confianza radical en nuestro Señor Jesucristo. San Pablo nos dirá que esas comunidades dieron solidariamente a sus comunidades hermanas que atravesaban por una grave situación. Y dieron desde su pobreza de solemnidad, más allá de sus fuerzas (2 Cor. 8:1 ss.). Todo ello promovido por el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones. Y es que el proyecto de Dios es la edificación de su Iglesia, la creación de una red de comunidades donde las que tienen abundancia suplen la escasez de las menos favorecidas (2 Cor. 8:14). De tal manera que en el espacio social que conforman las comunidades cristianas se experimenta la igualdad: “el que recogió mucho, no tuvo más, y el que poco, no tuvo menos” (2 Cor. 8:15). Ello constituye a las comunidades cristianas en preludio del otro mundo posible que proclamó Jesús de Nazaret.
Sí, en las manos de nuestras comunidades solo hay “cinco panes de cebada, y dos pececillos” (Jn. 6:9), pero son suficientes para solventar la necesidad que existe en la “multitud” que conforma el pueblo de Dios. Son suficientes para alimentar a la “multitud”, cuando lo compartimos sin el temor de quedarnos sin nada, porque en el compartir se da el milagro de la abundancia. Una abundancia que no debe ser entendida como riqueza, sino debe ser comprendida como esa abundancia que consiste en que haya pan, vestido, casa y dignidad para todos nuestros hermanos y hermanas. El compartir fraternalmente se convierte en un acto de constante resistencia al “Imperio”. Ese “Imperio” que pretende regirnos con el mal de la acumulación egoísta, y la desigualdad que la acompaña.
Escribía al inicio de esta reflexión que “nuestras comunidades no son ricas. En absoluto. Sin embargo, debemos huir de ese pensamiento que pone en su centro nuestra incapacidad, nuestra pobreza, nuestra falta de recursos. Ese tipo de pensamiento cierra el camino a la generosidad fraterna”. Y ese no es el camino de Jesús, de ninguna de las maneras.
Ignacio Simal, pastor de Betel+sant Pau
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