«Obedientes a la verdad, habéis eliminado cuanto impide una auténtica fraternidad. Amaos, pues, intensa y entrañablemente unos a otros ya que habéis nacido de nuevo, no de un germen mortal, sino de uno inmortal, mediante la palabra de Dios viva y permanente.» 1 PEDRO 1:22-23 BTI
Cuando nos sentamos en torno a la mesa de Jesús lo hacemos en la certeza de que él nos acoge, pues antes de que nosotros confesemos nuestros errores y pecados contra el prójimo, Dios ya nos ha concedido su perdón. La gracia siempre antecede a nuestras palabras y obras.
Por ello al sentarnos a comer del pan y beber del vino de la mesa de Dios confesamos que hemos eliminado todo aquello que interfiere la experiencia de “la auténtica fraternidad”. Desde el momento en el que atravesamos el umbral (nacer de nuevo) que nos introduce en el mundo nuevo de Dios somos capacitados por el Espíritu del Resucitado para amarnos “intensa y entrañablemente” los unos a los otros. Y actuamos conforme a la gracia de Dios que hemos experimentado. Es decir nuestro perdón, de ser necesario, es concedido aun antes que el hermano o la hermana tome el camino de la reconciliación. No en vano la Palabra de Dios que nos ha parido a una nueva vida es viva y permanente, y en todo momento hace su trabajo en nuestra interioridad. Y esa es la palabra del Evangelio que nos fue anunciado, y que ahora anunciamos a a toda criatura.
Cuando nos sentamos a la mesa del Señor experimentamos la reconciliación con Él, y con las personas invitadas al convite. De otra manera estaremos malbaratando el Evangelio, y lo que representemos en torno al pan y el vino será una obra de ficción. Tal vez muy bien representada, pero obra de ficción al fin y al cabo.
Soli Deo Gloria
Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau