Primer domingo de Adviento
(Palabras dichas antes de encender la primera vela de Adviento)
Imaginaos que estáis en una habitación invadida por la oscuridad. Atisbáis delante vuestro una puerta. Por sus rendijas se filtra luz. No sabéis lo que encontraréis al otro lado. Y con temor, pero expectantes, la vais abriendo poco a poco, hasta que la luz ilumina toda la estancia antes sumida en la oscuridad. Toda la estancia se llena de luz. Y ¿qué veis al otro lado del umbral? El mundo nuevo que Dios nos ha prometido. Mundo presidido por el Buen Pastor, que con los brazos abiertos nos acoge para siempre jamás. Adviento es el tiempo en el que la memoria espera ver realizadas las promesas que Dios, en Jesús de Nazaret, nos ha hecho. Promesas que en Dios son ¡sí y amén!
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El profeta Isaías, en un momento el que reinaba en su mundo la más densa de la oscuridades, exclamó: ¡Ah, si rasgases el cielo y bajases! (Isa. 64:1) Y nosotros, viviendo en un mundo similar, decimos un sonoro «amén «, a la exclamación del profeta. Y oramos, “Señor, que este primer domingo de Adviento abras nuestros ojos a la esperanza del reino que viene. Haz que nuestras vidas vivan a la luz de la esperanza para llevar a cabo la tarea de traer luz a la oscuridad que reina en nuestro mundo. Señor, ¡apiádate de nosotros, tu Pueblo! Amén.”