Como Iglesia venimos de la celebración de la resurrección de Jesús, ¿y ahora qué? nos podríamos preguntar.
El encuentro del resucitado con Tomás siempre me ha hecho pensar al respecto. La imagen del cuerpo herido y a la vez resucitado de Jesús nos debe impulsar a enfrentar una realidad personal y social que también está llena de heridas desde la resiliencia y la esperanza de transformación a la que apunta la resurrección.
Después de la resurrección, las cicatrices permanecen. La resurrección es un camino hacia adelante desde la tumba que nos hace poner en valor las cicatrices, tanto las que llevamos nosotros como las que llevan otros, inspirándonos y ayudándonos a sobrellevarlas con resiliencia y esperanza.
La experiencia del resucitado hace brotar la esperanza en medio del lamento, el dolor y las dificultades. Una experiencia que se nos invita a hacer nuestra en la fe.
Ismael Gramaje