Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado; lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros. 1 Cor. 14:24-25
Lo oculto del corazón salía a la luz. Cada domingo sucedía. Desde que entraba por la puerta de la capilla, hasta que salía. ¡Todos profetizaban! Bien a través de la breve conversación antes de que se iniciará el culto dominical; bien a través del abrazo; bien a través de las lecturas bíblicas que se realizaban; bien a través de las constantes oraciones que se elevaban a Dios; bien a través de la celebración de la Santa Cena; o bien a través de la exposición de las Escrituras por parte del predicador de turno… todos profetizaban, y mientras lo hacían, en mi interior se desarrollaba un fructífero diálogo en torno a Dios y un servidor.
Eran cultos de dos horas de duración, pero en la mayoría de los casos se me hacían cortos. Todo, absolutamente todo me invitaba a la adoración del Dios que me había salvado. Puedo decir que Dios estaba allí; así lo sentía, así lo vivía.
De ahí que, desde aquellos lejanos años, al llegar el sábado pienso en los domingos. Siempre estoy expectante y atento a cada palabra, a cada gesto, de mis hermanas y hermanos, todos ellos profetas y profetisas, que oiré y veré desde que llegue a la iglesia hasta que me vaya de ella. Y digo que estoy expectante porque en cada palabra y en cada gesto de mis hermanos, y en cada pensamiento que mi interioridad genere, estaré encontrándome con el Dios que estará entre nosotros manifestando su gracia a través de sus hijas e hijos.
Mañana ¡domingo! Día singular, en el que el Dios de Tamar, Rahab, Ruth, Betsabé y María, se encontrará con nosotros, y nosotros nos encontraremos con él. El Señor, ¡verdaderamente está entre nosotros! Por eso ¡estoy expectante!
Soli Deo Gloria
Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau