Entras en ese recinto que solo tú conoces, y abres sus puertas de par en par ante el Dios de Jesús. Las palabras dichas sobran, solo las piensas, y sentimientos encontrados surgen desde los más hondo de tus entrañas. Y así, en silencio, roto de vez en cuando por un gemido intraducible, oras sin palabras, sin fuerzas, pero intensamente. Y confías, confías en medio del torbellino de pensamientos y sentires que bambolean tu corazón.
De pronto, sin saber cómo, tarareas el estribillo de un viejo himno que hacía tiempo que no entonabas:
“Cristo sabe lo que me pasa,
el dolor de mi corazón,
echa mis dudas, alienta mi alma
con su amor, con su amor.”
Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, calma tu corazón y pensamientos (Fil. 4:7). ¡Cristo te abraza y te acoge, comunicándote su paz! ¡Aleluya! Dios te ha escuchado.
Sola Gratia
-Ignacio Simal