«Enseñaba Jesús en una sinagoga en el día de reposo; y había allí una mujer que desde hacía dieciocho años tenía espíritu de enfermedad […] Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, eres libre de tu enfermedad. Y puso las manos sobre ella; y ella se enderezó luego, y glorificaba a Dios.» (Lc. 13:10-13)
Es causa de gran tristeza -para los corazones acompasados al corazón de Dios- observar como en los espacios donde debiera experimentarse la sanidad del espíritu existan enfermos de las entrañas, sin esperanza de remisión.
El espacio donde Cristo, según su promesa, se hace presente (Mt. 18:20) es lugar privilegiado para la sanidad del alma. Es donde los creyentes, como sacerdotes los unos de los otros, median el perdón de Dios a través del amor, el abrazo y la acogida.
La sanidad del espíritu acontece mediante la confesión de nuestras luchas, pecados y debilidades los unos a los otros, sabiendo que el amor cubre multitud de pecados y siempre se apega a la discreción de lo escuchado. No en vano leemos en las Escrituras (Stgo. 5:16) que debemos confesarnos nuestras ofensas unos a otros, y orar unos por otros, a fin de ser sanados. A fin de cuentas creemos con todas la fuerzas que nos concede la gracia de Dios, que la oración eficaz del justo puede mucho.
El espacio donde los creyentes, junto al Espíritu del Resucitado, se encuentran, es lugar de salud y fortaleza, donde recibimos socorro y ánimo a fin de perseverar en la fe y en el amor. Como también dicen los textos sagrados, «considerémonos unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras» (Heb. 10:24).
¡Ser iglesia es ser un espacio de libertad, perdón y sanidad del alma!
Soli Deo Gloria
Ignacio Simal, pastor