«Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas; todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis del Señor, no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por alabanza en la tierra.» Isaías 62:6-7
Leía el texto que encabeza este escrito, y pensaba en el mundo que pisamos a diario, un mundo que “está también en nosotros”, y ¡de qué manera lo está! De ahí que nos convenga “no dar tregua” al Señor hasta que el mundo se haga un hueco en nuestros corazones, y venga a la historia que compartimos con todos los seres humanos. Historia con las manos manchadas de sangre desde su inicio.
Orar día y noche las palabras que nos enseñó Jesús de Nazaret en el “Padrenuestro”, la más mesiánica de las oraciones cristianas. Orar, sí, pero también obrar en consecuencia: ”perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt. 6:12). Solo cuando hacemos del perdón el leitmotiv de nuestra existencia hacemos visible que el mundo nuevo ya ha venido a nuestros corazones… ya solo falta que abarque toda la historia humana.
No descansaremos hasta que la creación deje de gemir, y sufrir dolores de parto, dando a luz el otro mundo posible según Jesús de Nazaret. Hoy, como cada día de nuestra vida, no damos tregua al Señor -ni a nosotros mismos-, y clamamos, ¡venga tu reino, hágase tu voluntad, como el cielo, también, aquí y ahora, en la tierra”. Amén, así sea.
Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau