«Y estaba asombrado de la incredulidad de ellos» (Mc. 6:6)
Pensamos que conocemos a Jesús. Y escribo «lo pensamos», porque nos creemos familiarizados con su persona. ¡La cristología nos ha enseñado tantas cosas¡ Tantas cosas, que sabemos lo que Él puede y no puede hacer. De tal manera lo sabemos, que le hemos encorsetado en nuestras estructuras de pensamiento teológico. Y tal vez, sólo tal vez, ello, en lugar de inspirar fe en nosotros, los que decimos seguirle, inspira incredulidad cuando no asombro, si el Resucitado actúa en contra, o al margen, de nuestras convenciones teológicas.
Honestamente creo, que el Resucitado nos mira, y se asombra de nuestra incredulidad, como se asombró de la falta de fe de los que creían conocerle cuando enseñó en la sinagoga de su tierra (Mc. 6:1-6). Tanta falta de fe encontró entre los suyos, que no pudo hacer entre ellos ningún milagro.
Y nosotros esperamos el milagro del mundo nuevo, esperamos el milagro de la renovación de nuestras iglesias… ¡Esperamos tantos milagros! Pero los esperamos confiando en nuestra sabiduría y en el poder de nuestras manos, desconociendo que la gracia del milagro surge de la sabiduría de Jesús y del poder de sus manos. ¡Tan incrédulos somos!
Y ante eso, sólo nos queda rogar al Misericordioso, que nos abra la mente. O mejor todavía, le solicitamos que nuestra mente eclesial se troque en la mente del Mesías, y que nuestras manos se conviertan en la manos de Jesús de Nazaret, a fin de que podamos experimentar el poder de la resurrección en nuestras comunidades. Sólo entonces podremos hacer nuestra la misión que se desprende de las palabras que pronunció en Nazaret ¡su tierra!. Palabras que dicen y proclaman:
«El Espíritu del Señor está sobre mí, Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos; A poner en libertad a los oprimidos; A predicar el año agradable del Señor» (Lc. 4:18-19).
¡Señor, ten misericordia de nosotros, hijos e hijas tuyos!
Soli Deo Gloria
Ignacio Simal