«Renunciad, pues, a toda malicia, a todo engaño, hipocresía, envidia o maledicencia. Como niños recién nacidos, nutríos de la leche pura del Espíritu para que con ella crezcáis y recibáis la salvación, ya que habéis gustado la bondad del Señor.»
1 PEDRO 2:1-3 BTI
Hay renuncias que no son tristes. No son tristes porque desembocan en un mundo mejor para los que nos rodean. Desembocan en la honestidad e integridad personal.
No digo que no tenga costes renunciar «a toda malicia, a todo engaño, hipocresía, envidia o maledicencia». Sin duda los tiene. Porque nos movemos en un mundo poco acostumbrado a la confianza mutua, y solemos caminar sospechando del que tenemos al lado. Así, creo, hemos sido educados.
Lo que cambia todo, absolutamente todo es haber gustado la bondad del Señor para con nosotros. Ello nos cambia por dentro y por fuera. A partir de ahí nos dejamos alimentar por el Espíritu del Resucitado, y crecemos como personas, nos humanizamos y vivimos la experiencia de la salvación. Una experiencia de salvación que no solamente nos beneficia a nosotros, sino a todos los que entran en nuestro espacio relacional.
Pero ¡ojo! Debemos recordar que no somos mejores, o que ello nos coloca en una altura privilegiada ¡en absoluto! Más bien nos hace más humildes y compasivos con nuestros prójimos, ya que sabemos perfectamente que lo que somos o podemos ser se lo debemos a la inmensa gracia de Dios, no a nuestros esfuerzos.
Soli Deo Gloria
Ignacio Simal, pastor de Betel + Sant Pau