«…Si tú no me hablas seré como los muertos» (Sal. 28:1 BTI)
Cuentan que Dios creó los cielos y la tierra. Y que en éstos reinaba el desorden y el vacío. Es más, cuentan que las tinieblas lo cubrían todo. Entonces el Señor habló diciendo, «sea la luz, y la luz fue».
Al recordar las primeras palabras del texto hebreo, caigo en la cuenta que nuestras existencias pueden ser afectadas, hasta tal punto, por el desorden y la vaciedad, que nos podemos encontrar andando entre las tinieblas generadas por multitud de discursos que se se señalan a sí mismos, de facto, como la Verdad última (Rom. 1:21). Discursos con una elaboración sofisticada, o discursos burdos y groseros. Y entre ellos caminamos, sin apenas encontrar un rayo de luz que haga más llevadera la vida. Buscando la Verdad, nos perdemos en la estupidez.
Y es medio de esa situación existencial cuando debemos clamar a Dios, nuestro Señor, diciéndole, «…si tú no [nos] hablas [seremos] como los muertos» (Sal. 28:1 BTI). Y así, siguiendo a Antonio Machado, debemos pararnos en medio de la vorágine de la vida, y tratar de distinguir las voces de los ecos, y escuchar, solamente, entre las voces, una («Retrato», de A. Machado). La única voz capaz de crear luz y disolver las tinieblas ambientales que nos envuelven, la voz del Dios de Jesús de Nazaret. A partir de ahí, y regresando de nuevo al poeta andaluz, dejaremos a un lado a «los tenores huecos, y al coro de los grillos que cantan a la luna». Entonces, solamente entonces, volveremos a la vida.
Ignacio Simal, pastor de Betel+Sant Pau