«En él, efectivamente, vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17:28 BTI), escribió san Pablo. De tal manera es así, que el soliloquio de nuestro corazón lo articulamos, inevitablemente, en Dios, convirtiéndose así en una oración que Él escucha con atención. No puede ser de otro modo. Mediante el soliloquio abrimos nuestro corazón delante de Aquel que aguza su oído a lo que expresamos, sean dudas o certezas, sean dolores o alegrías.
Por ello, y ante la contemplación de la sinrazón que reina en nuestro mundo, y tomando prestadas, remedándolas, unas palabras al salmista hebreo, decimos: «Escucha, Señor, nuestro soliloquio, considera nuestro gemir. Está atento a la voz de nuestro clamor. De mañana escucha nuestra voz. Señor, quedamos a la espera, ya que tú no te complaces en la maldad» (Salmos 5:1-4).
Alguien escucha con atención nuestros soliloquios. Soli Deo Gloria
Ignacio Simal, pastor